domingo, 20 de febrero de 2011

 
Jean-Honoré Fragonard (1732-1806). El columpio, 1764. Wallace Collection, Londres. 81 X 64cm.

         En el recodo de un  idílico escenario campestre e intimista, una joven es balanceada en un columpio por su marido, quien confiado no parece advertir la presencia de un pretendiente de su mujer oculto entre la maleza. Sobre el amante, y frente a la alegre esposa, una estatua de Cupido pide con su dedo índice discreción a los amantes. Ella pierde un zapato y entreabre su falda ante la mirada encendida del joven. Infidelidad, descaro y pasión rebosan por toda la escena. Un ambiente vaporoso, indolente y colorista lo envuelve todo.
        Fragonar, hijo de sastre, había estudiado con Boucher y Chardin y había viajado a Roma para contemplar las escenografía de Tiépolo y los jardines y ruinas de la ciudad Eterna. Pinta este cuadro por encargo de un noble libertino en pleno reinado de Luis XV, un rey que introduce en la Corte y la alta sociedad en general los gustos relajados, mundanos y seculares de la burguesía, mentalidad muy alejada de la que presidía Francia en tiempos de su tatarabuelo el Rey Sol, y que incluso, al igual que su tutor durante la minoría de edad, el regente Felipe de Orleans, prefirió los pequeños palacetes cercanos a París que los grandes salones de Versalles. No obstante, al rey le gusta complacer a la nobleza y a sus amantes, la Pompadour o la du Barry, una casta ociosa y ya despojada de toda moralidad, y organiza para ellas fiestas como en tiempos de Luis XIV. Son los años finales del Antiguo Régimen, con los que el pintor se identifica (tendrá que huir de París cuando en 1793 estalla la radicalidad revolucionaria), y un presagio de la nueva sociedad emergente.

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