jueves, 17 de febrero de 2011

 
Piero della  Francesca. (1406-1492) Retrato de Federico de Montefeltro y su esposa Battista Sforza,1465-1466. Galería de los Uffizi. Florencia. (47 X 33 cm cada uno).

    Obsérvese este retrato doble de Piero Della Francesca. Una pareja de casados se mira fijamente sin expresar notables sentimientos. Él es Federico de Montefeltro, duque de Urbino, distinción a la que ha accedido desde su condición de condottiero, militar mercenario. Ella, Battista Sforza, asimismo descendiente de otra familia de condottierii, en este caso de Milán. Federico, como guerrero a sueldo, había luchado para diferentes amos, siendo uno de ellos su futura esposa, Battista, cuyo reino, Milán, se encontraba en guerra contra el tirano de Rimini, Segismundo Malatesta. En pago de sus servicios, recibiría de Milán los ducados de Pésaro y Fossonbrone y, como era habitual, la mano de la bermeja Battista. Probablemente, la inexpresividad del rostro de Battista Sforza se acuse más si tenemos en cuenta que su retrato debió de realizarse una vez que ésta había muerto a la edad de 26 años, a partir de su máscara funeraria. Los dos esposos aparecen de perfil, a la manera de los relieves de las monedas romanas (recurso especialmente apropiado para el caso de Federico de Montefeltro, quien había perdido su ojo derecho en uno de sus muchos trajines guerreros, y quien por tanto siempre exigía ser retratado del lado opuesto de su rostro) y la composición y su técnica tenían mucho que ver con los gustos de la pintura flamenca de van Eyck y de Roger van der Weyden, al que Piero de la Francesca debió de conocer personalmente en Ferrara cuando se encontraba allí trabajando para un encargo de la familia d’Este. En primer lugar la técnica al óleo y la témpera, nacida en el gótico tardío en Flandes, pero también la precisión miniaturista del collar y de los cabellos de Battista o de las verrugas en el rostro de Federico así como el detallismo en el profundo paisaje idealizado del fondo, revelan la inconfundible influencia flamenca en la pintura de los comienzos del Cuatrocento del norte de Italia a través de pintores como Antonello da Messina, uno de los introductores en Italia de la técnica al óleo. Obsérvese el notable parentesco entre el rostro de Federico de Montefeltro de este retrato y el de el canciller Rollin de la famosa obra de Jean van Eyck: en ambos casos, el mismo rostro contundente y la misma mirada ambiciosa e insolente; dos hombres que lograron el esplendor y el poder de dos regiones florecientes de la Europa del primer Renacimiento, Urbino y Borgoña, respectivamente.
   
 

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